Hablarle a tu perro no es ningún síntoma de haber perdido el juicio sino tan sólo una forma más de comunicarte con él. La comunicación con nuestro perro tiene muchas vertientes. Especialmente significativa es la generada por las caricias, que a menudo alcanzan un nivel expresivo de ternura y emoción difícilmente superables. El lenguaje de la mirada es otro de los vehículos fundamentales de nuestra comunicación con él; especialmente complejo en este caso puesto que, buena parte de su expresividad se transmite a través de los ojos: amor, malestar, confianza, hambre, deseo de jugar, enfado, miedo, sumisión, reconocimiento…
Sin embargo, las palabras son un medio perfecto para relacionarnos con él. Él no sólo captará sonidos y conceptos, sino que también detectará a la perfección su modulación y cada uno de los infinitos matices de lo dicho, detectando de un modo naturalísimo nuestro verdadero estado de ánimo. Otra cosa será que buena parte de nuestro discurso, a nuestro perro, no le interesará en absoluto. Su conclusión a cualquiera de nuestras largas parrafadas será del tipo: “Todo este rollo para decirme que me adoras, ¿verdad?”. Pues eso.